lunes, 2 de diciembre de 2013

Un hombre sano.

"Un hombre sano. Claro que sí. Eso soy, ¿es que acaso no me ves? Porque estoy aquí, parado delante de ti, con la sonrisa que ensayé ayer frente al espejo, ésa, la que tú solías decir que usaba cuando no me sentía cómodo. Puedas verla, ¿verdad? Aunque no sé por qué la uso, me siento cómodo, perfectamente cómodo. Cómo no hacerlo, si eres tú, y… soy yo. El mismo que se enamoró de ti, perdidamente, estúpidamente. El mismo. El mismo, lo sabes, ¿verdad? No me hagas repetírtelo, no me hagas convencerte. Pero créeme, como quizás tantas veces me hayas creído, que yo soy el mismo. Y el mismo eres tú, y quizás me duele entonces ver que el único que ha perdido la cabeza aquí soy yo.
Un hombre sano. Eso soy, así nací, así crecí, y así finalmente y gracias a dios llegué a vivir día a día, menospreciando la repugnancia de lo discontinuo, lo insano. Y así estaba cuando te conocí, y yo sé, que así como te gusta recordármelo tú estás a punto de olvidarlo. A punto de olvidar al hombre que, detrás de esa sonrisa incómoda, era hermoso, puro, joven, brillante. Perfectamente sano.

Entonces, ¿qué vas a hacer conmigo? Tú hablas pero no pareces decir nada que me llame la atención. Quiero escuchar algo de lo que solías decir antes, cuando tenías cosas interesantes que contar y no sólo despotricabas contra la –según tú- porquería que es tu día a día. No puedes deshacerte de mí, lo sabes, ¿verdad?

Un hombre sano. Aquí, entre las ramas frondosas de los árboles y el suave susurro del parque, me besaste por primera vez. Y aquí estamos hablando, o aquí estoy yo oyéndote, sonriendo de lado mientras piso las hojas secas. Aquí, entre las ramas peladas de los árboles y las amenazas del olvido, sonrío no con ésa sonrisa sino con ésta, y pienso, acentuando mi sonrisa, que sería genial que tú estuvieras aquí. Genial, lo sabes, cariño, ¿verdad? Genial. Nada me haría más feliz.
Un hombre sano. Dime y no me mientas, en qué momento supiste que no sería peligroso preguntarme cuándo dejé de serlo.

Y entonces, ¿qué vas a hacer conmigo? Tú pareces no darte cuenta realmente, pero yo estoy decidido. No me voy a ir. Empújame, golpéame, tírame al suelo y pasa por encima de mi cuerpo. Mátame. Sólo así quizás -quizás- no te siga. Pero no me hables, menos con esa desenvoltura, jamás con esa dulzura. Dime, mientras sigues enumerando incoherencias, qué debo hacer para abrazarte con los brazos de antes.

Un hombre sano. Ése era quien te abrazaba, te sonreía y te hablaba. Tú dices que ya casi no me reconoces la voz, pues muy pocas veces la uso con ese tono tranquilo y dulce que solías disfrutar escuchando. Pero no te entiendo, en serio, no te entiendo. Yo tengo la misma voz. Sonrío igual, no me mientas. Sonrío igual. Y sobretodo, por el amor de dios, soy el mismo. No me mientas. Soy el mismo.
Un hombre sano. Duermo, camino, sonrío, te amo, ¿no? Lo soy, quizás lo esconda, pero te lo juro, lo soy. ¿Crees que debería encerrarme hasta la locura? ¿O eso quieres? Soy capaz. Siempre lo fui. Pero aún, yo soy un hombre normal. Completamente sano.

Pero y entonces, ¿por qué no te callas, directo, sincero, hiriente, loco? ¿Por qué no te callas? Me estás haciendo perder la cabeza, y siento como mi mente gira y se contrae y se estira y me golpea y retumba y procesa tus duras palabras. O eso intenta, porque tus palabras claramente carecen de sentido. ¿En qué momento todo lo que sale de tu boca dejó de tener el más mínimo sentido para mí?

Un hombre sano… eso soy… y tú lo sabes… no trates de convencerme de lo contrario, porque, sabes… soy capaz de creerte…

…y como buen hombre sano que soy, tu palabra siempre fue la verdad, y como fiel seguidor que soy, creo en ti y por eso… estoy perdiendo la cabeza…"

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