jueves, 22 de noviembre de 2012

No te acuerdas...


¿Te acuerdas de mí?
¿Te acuerdas de cómo te conté lo especial que eras desde tu más tierna infancia, invitándome a vivir en mi mundo? ¿Te acuerdas de cuando te agarré de los pelos, levantándote, mostrándote lo horrible que era el mundo y casi obligándote a agarrar una tijera y volverte loco? ¿Te acuerdas de cuando te puse una mano en la boca y te paralicé, blanco, blando, frío y horrible? ¿Te acuerdas de esa noche?
Yo creo que sí, que te acordaste cada noche durante muchos años. Y cada vez que un guiño y una sonrisa te invitaban a salir de nuestro caparazón, lo recordaste. 
Y cada vez que pasaba un día en el que no tenías idea si ibas a salir alguna vez del caparazón, te importó menos. Porque te acordabas de esa noche. Te acordabas de sus manos frías, de tu piel blanca, del silencio aplastante, frío, tu silencio. Y de mis manos en tu boca, en tus brazos, y en todo tu cuerpo, que a través de los años, siempre fue tu cuerpo, al margen de lo ajeno que lo hayas sentido.

Y si te sirve de consuelo, ahora que volviste a recordarlo... me has hecho recordarlo.

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