domingo, 8 de abril de 2012

4.

Pasaron bastantes días cuando por fin decidí salir de aquella cueva a la que llamaba casa. Más que nada por trabajo, Tetchan estaba ya insistiendo en volver al trabajo, pronto acabaría los últimos asuntos y me vería envuelto en Vamps. Pero claro, salgo por el trabajo, no porque quiera… me hubiera quedado más días encerrado, así me ahorro disgustos y brujas.
Cuando acabé, me invitaron a una cena, y como no, eso desembocaría en fiesta, puesto que ya habíamos acabado la gran mayoría del trabajo en el que estábamos inmersos.
Echaba de menos la compañía de los tres… Tetchan, la mariposilla mandona, mi Ken-chan, y Yuki. Qué egoísta, negarles tanto tiempo sin mí. Realmente, disfrutaba con ellos como nunca podré hacerlo con nadie.
La cena fue estupenda y como era de esperar le seguiría dicha la fiesta. Fuimos al mismo local que había visitado unos días antes, donde conocí a aquel hombre. Me puse pálido cuando vi la entrada del bar.
-Oye, oye, Tetchan… ¿No podemos ir a otro lado? En serio, este local es deprimente, es que… - Traté de encontrar otra estúpida excusa para buscar otro lugar al que ir- he oído que vienen frecuentemente los de sanidad ¡No te imaginas qué encontraron!- Inútilmente, Ken me empujaba al interior mientras yo relataba historias de ratas alienígenas entre las cocteleras del bar y bebidas absorbedoras de cerebros que servían supuestamente, agitando los brazos intentando zafarme del agarre del mayor.
Dando un gran suspiro, me senté entre ellos en la barra bajando la cabeza, rezando por que aquel tal Shiroyama Yuu no apareciera por ahí.
Whiskey doble por favor. Iba a ser larga la noche. Menos mal que se me unía gente al grupo y si hacíamos piña no se me vería tanto. ¡Esto de ser tan pequeño podría tener sus ventajas!
Al final con tanto alcohol me animé, conseguí olvidarlo todo, hasta dónde estaba incluso. Solo reía y reía, con mis mejores amigos y algunos más que se unían a nosotros. Pero después del subidón siempre viene la decaída, así que aprovechando para descansar un poco de tanto salto, movimiento de aquí para allá me salí un rato para fumar un cigarro.
Rebusqué en mis bolsillos pero no encontraba el encendedor así que me acerqué al primero que vi, que ya estaba con la mecha encendida. Alcé la mirada. Era aquel chico.
-Anda, tú. ¿Qué te trae por aquí? - Dije con una fingida indiferencia encendiéndome el cigarro torpemente por el efecto del alcohol. Enseguida cerró el mechero y lo guardó.
-Suelo venir por aquí- Vi como se encogía de hombros mirando a su alrededor con las manos en sus bolsillos.
-Ahm. Ya veo.- Traté de evitar de mirarle o que se fijara mucho en mi rostro. Sé que era una estupidez, porque bastante me vio aquella noche como para reconocerme.
-¿Y a ti, gran Hyde?- Le miré estupefacto, a punto de caerse de mis labios el cigarro que por suerte pude sostener entre mis dedos. Que yo recuerde, no le había dicho mi nombre, salvo un “yo Hy…” que él cortó con sus labios en mi presentación. Qué inteligente eres, Hyde. Te ha descubierto.
-Déjate de bromitas, “oh gran Aoi”.- Vi como sonreía progresivamente cuando notaba que mi rabieta iba en aumento. Parecía que en cualquier momento iba a tirarme al suelo a patalear gritando un “¡No es justo! ¡No es justo!” por haberme reconocido.- ¿Ahora qué? Me has reconocido. ¿Irás a tus amigos a restregarlo? ¿A contarles cómo fue la velada? ¿Que el famoso Hyde, cantante de L’Arc~en~Ciel ha sucumbido a tus encantos? Pues ten presente que te puedo cortar los huevos, echarte sal y ácido en la herida sangrante, hervírtelos y hacer que te los comas con cuchillo y tenedor si sueltas algo.- En menos de un segundo me vi a medio centímetro de aquel chico de pelo oscuro señalándole amenazante con un rostro furioso y de puntillas para poder llegar  su altura. Como respuesta, solo recibí una gran carcajada mirando cómo se echaba hacia atrás cogiéndose el vientre.
-¡Pero qué adorable!
-¡Oye, tú! ¡¿Te estás riendo de mí?!- Tiré el cigarro por ahí.
Volví a escuchar otra gran risotada que tardó bastante en calmarse. Cuando lo logró, volvió a acercarse a mí con una tierna sonrisa, apoyándose en la pared, enfrente. Yo también conseguí calmarme y siguió hablando.
-No eres la única “estrellita” aquí. Yo también sé lo que todo esto supone y sé que he de andarme con ojo. De hecho, estar aquí plantados en la calle charlando sin más ya de por sí es “peligroso” ¿No lo crees? ¿Qué pensarán las calenturientas mentes de nuestras fans solo de vernos charlar aquí fuera? Y qué decir de los periodistas.
-Ya ya…- Suspiré pesadamente cruzándome de brazos mientras desviaba la mirada. Todas estas historias me las sé, chaval. ¿Qué tendrás tú que aleccionarme? Pshé, novato del tres al cuarto. Que cuando naciste yo ya me machacaba la *$%@&* y lidiaba con esos.
-¿Entramos? Te invito a algo.- Ladeó un poco la cabeza con su habitual sonrisa casi maliciosa
-No, no. Yo entro y tú te vas
-¿C-cómo? – Parpadeó perplejo ante aquella orden
-Que… eso. Yo estoy con unos amigos aquí dentro, tú vete a tu casa.- Le di la vuelta y le fui empujando suavemente por la espalda, alejándole de la puerta del bar hasta la esquina de la calle, que no quedaba muy lejos, mientras el más joven seguía perplejo.
-¡Pero si yo venía a tomar algo!
-¡Mañana! ¡Ahora este local está reservado, fiesta privada y tú no estás invitado!
-¡Venga ya!
-Menos hablar y más caminar, que pesas mucho, no voy a empujarte todo el camino a tu casa.
-Ni siquiera sabes dónde queda.
-No lo recuerdo, pero tampoco me interesa.- Le solté posando las manos en mis propias caderas, mirándole algo alerta por lo que pudiera decir después. Pero al girarse no dijo palabra hasta que estuvo a escasos centímetros de mi rostro.  Menos mal que la calle estaba desierta.
-¿Quieres que te refresque la memoria…?- Susurraba insinuante cerca de mis labios, mientras lentamente me echaba hacia atrás, escondiéndome en un pequeño callejón, solo en la esquina… Yo, embobado con su mirada y aquel susurro embelesador, le observaba sin saber por qué me dejaba hacer.
-No hace falta ¿Eh? Q-que yo con saber dónde está mi casa tengo bastante y…
Otra vez. ¡Pero qué tío! Qué manía tiene con cortarme las palabras con sus besos… tan húmedos, suaves, de labios carnosos devorándome. Y cómo los manejaba. Cielo santo. Cómo me ponen…
En la oscuridad de aquel callejón sus manos volvieron a recorrerme con la misma destreza que aquella noche. Empezó con suaves caricias deslizándose por mi cuello con solo las yemas de sus dedos, que fueron bajando desabotonando traviesamente mi camisa. Era primavera, hacía un tiempo más bien cálido… no iba a temer del frío precisamente. No podría usarlo como excusa para que parase. Pero en realidad no quería que lo hiciera, aunque esto era muy arriesgado.
-P-para. Para.- Murmuraba entre sus besos, algo dificultado. Me ignoraba, sus labios desembocaron en mi cuello, mordiéndolo, no muy fuerte. Cómo me encantaba eso… Mis piernas temblaron un poco del placer.- Para, joder…- Murmuré demasiado sumiso y suplicante. Por un segundo no me reconocí por aquel tono de voz tan meloso. Pero cuando vio que luchaba por contener mis muestras de placer al final, hizo caso, mirándome en busca de una explicación a lo que no me enredé al explicárselo.
-Noche, calle, gente en ella, amigos esperando en el bar, igual a sexo difícil y comprometido.- Le di un par de toquecitos en la solapa de su chaqueta, como un pequeño gesto de consolación.
-Excitante… - Dijo con seriedad y una fulminante sensualidad.- Pero no me hables como a un retrasado.- Frunció el ceño tras sentenciar con sequedad.
-Eso pega mejor que lo diga yo, pero hablo en serio. Mmm… -Me quedé un momento pensativo buscando una solución a nuestra fogosidad. Finalmente, acabé sacando las llaves del coche- ¡Qué amable eres! No has bebido ni una sola gota de alcohol por mí ¡y te ofreces a llevarme a casa! Eres una joya.- El chico solo pudo mirarme con cara rara de extrañeza. Le estaría pareciendo un esquizofrénico, pronto estaría rezando por encontrar un momento en el que salir corriendo. Yo solamente me preocupaba de volver a repartir bien el peso de su espalda sobre mis manos, empujándole de nuevo por la calle para guiarle hasta mi coche y metiéndole, antes de entrar yo.- ¡A casa!
- ¡¿Y cómo iba a saber yo dónde vives tú?!
-¡Pues a la tuya, vaya lógica hombre!
Yuu solo pudo volver a resoplar de resignación – Lo que tiene que aguantar uno por un polvo-
-¡Da gracias a que no cobro por ello encima! Arranca de una vez.- En ese momento, recibí una llamada de Hakuei, que estuvo con nosotros en el bar. Se me había olvidado por un momento. Descolgué.- Hola, Haku… Si, si, disculpa. Ya. Pues nada, es que mientras fumaba me senté y acabé dormido, se me cayó el cigarro en la camisa ¡Y te imaginarás el estropicio que me hice! Entonces… me recogió un taxi y ahora estoy de camino a casa, a dormir ya. Discúlpame ante el resto de mi parte por favor. – Menuda historia me inventé yo solo en un segundo.
Aoi solo podía mirarme de vez en cuando de reojo mientras conducía con una sonrisa aguantando la risa. Estaría pensando en lo desastre que soy.
Llegamos al cabo de unos cortos minutos, esta vez pude fijarme más en el camino y también en el piso.
Al entrar me quité los zapatos mientras lo miraba todo con curiosidad. No estaba muy cuidado, había algo de desorden pero era lo que menos me importaba puesto que tampoco es que tuviera planes de quedarme. Directo al grano.
Le tomé por la camisa atrayéndole hacia mí para probar sus labios, esta vez lento. La mano que le agarraba se aflojó para bailar sobre su pecho con suavidad al mismo ritmo que ahora mi lengua sobre su cuello.
Mientras tanto, el más alto me pegaba contra su cuerpo aprovechando para bajar sus manos por toda mi espalda hasta detenerse en lo que en esos momentos ansiaba penetrar con solo separarlas con sus manos.
Llegábamos poco a poco a su habitación serpenteando torpemente para cruzar su casa. Al final llegamos, pero tropezamos con nuestros pantalones y la alfombra. Caímos al suelo entre risas y respiraciones ansiosas. Él estaba sobre mí, yo le arranqué la camisa… Qué pecho tan pálido y perfecto.
Ladeé el rostro, quería probar mi cuello de nuevo con tiernos pero húmedos y sensuales besos… eso sí que me humedecía y me endurecía a mí, mientras, me deleitaba recorriéndole ese pálido pecho con las manos, deshaciéndole de la camisa finalmente. Las manos acabaron su recorrido en el bóxer de mi acompañante, que se colaban traviesas por debajo para agarrar con fuerza sus nalgas.
Así, me abrí de piernas, dejé que sus caderas se posaran entre ellas, y pude sentir su dureza. Solo eso, ese mínimo contacto, me arrebató un fuerte suspiro de mis labios, ahora tocaba agarrar con mayor fuerza sus nalgas, para atraerle aún más, apretar miembro con miembro, solo por encima de las telas. Un gemido. Echaba inconscientemente la cabeza hacia atrás con cada uno, con cada contacto. Otro más.
Acabamos bailando uno sobre otro, rozándonos, jadeantes. Gemía con ganas. Ambos. Nos comíamos de todas las maneras posibles. Con las manos, con solo el tacto, con la lengua, los dientes, los labios, la mirada. Con todo. Era un profundo deseo. Un perfecto segundo encuentro. Me acostumbraría a verle si siempre era así o  mejor.
Llegó el momento en el que ninguno pudo resistir la ansiedad. Me arrancó la única prenda que vestía ya, que por cierto, estaba ya algo manchada de nuestros fluidos.
Sonreí levemente, le tocaba a él quitársela, y me apetecía contemplarle largo y tendido, y así lo hizo. Miré aquel coloso alzado clamando guerra…
Me quedé absorto mirándolo. Me encantaba. Me incorporé y me acerqué a él a gatas… lo tomé entre mis dedos, jugando un poco con él entre ellos. Seguidamente, aproximé mis labios a ese falo erecto y enorme. Los paseé sobre este estando entreabiertos, de vez en cuando dejaba asomar la lengua entre ellos para humedecerlo. Poco a poco el protagonismo iba cediéndose a la lengua por completo, que jugaba con el miembro por toda su longitud deteniéndose rítmicamente sobre el glande, rodeándolo con esta y volviendo al tronco y ahora tocaba comérmela entera…
Era absorbente, solo quería chuparlo una y otra vez como hipnotizado, me gustaba escucharle suspirar y gemir placenteramente por lo que mi lengua conseguía en él, y eso me ponía a mil, la tenía incluso más dura que Aoi.
Pero aquel estado poco duraba, y la ansiedad crecía aún más. Me empujó de nuevo al suelo. Me golpeé un poco la cabeza pero ¿qué importará eso? Me gusta.
Me abrió de piernas. Oh Dios, ten piedad. Recé. ¿O suplicaba? ¿A quién? A quien lo escuchara. A quien lo hiciera, o tuviera potestad de detener lo que paradójicamente ansiaba a rabiar.
Volvería a caer… Maldito idiota. No te arrepientas después de ello si te encanta, Hideto. No te lamentes de lo que ansías. No te arrepientas. Suplica. Suplica por más. Pero no te lo niegues. No te prives. Es placer, y el placer no importa cómo se obtenga mientras el fin sea el mismo, obtenerlo.
Le observaba, y él a mí. Yo con ojos de cordero, él con ojos del mismo demonio de la lujuria.
-Pídemelo.- Me susurró al oído, con respiración temblorosa.- ¿Qué deseas… y cómo?
- Hazlo. Termina ya…
-No es suficiente.
-Oh… quiero tu polla dentro de mí ya… ¿no se nota? Me va a reventar en cualquier momento. Fóllame, lléname de ti… y no dejes nada de mí. Acaba conmigo. No tengas piedad…- Qué irónico, era yo quien siempre las hacía suplicar así.
Y así, yo que suplicaba piedad en un principio, la rechacé para que me lo entregara todo excepto eso.
Me penetró con fuerza, con rabia. Yo grité. No me había acostumbrado aún a eso. Era un dolor placentero que hizo que me arqueara de golpe, agarrando todo lo que tenía a mano, las sábanas, la almohada, todo lo que pudiera clavar con mis dedos conteniendo un grito, que igualmente salió con fuerza.
Mientras tanto, me contemplaba, impasible, veía cómo me retorcía bajo su cuerpo. Cuando el dolor extraño que sentía se calmó al igual que yo, se inclinó hacia mí, robándome un pequeño beso de los labios que indicaba un nuevo movimiento contra mí, lento y suave, y así los siguientes hasta coger el ritmo por igual y progresivamente, nuestros movimientos, nuestros gemidos se unían junto con el sonido de nuestra piel y las caderas chocando con nuestros fluidos.

Adoraba ese sonido, tan húmedo y pegajoso… Golpeando una y otra y otra vez más, y se volvía frenético. Hizo que me corriera unas cuantas veces aquella noche, en muchas posturas… abierto de piernas con él entre ellas tumbado sobre mí, a gatas, de espaldas a él en la pared, cogiéndome en brazos también contra la pared… Nunca me habían manejado de esa forma. Bueno, nunca me habían manejado sin más.
Lo preocupante es que le estaba cogiendo el gusto.

No hay comentarios:

Publicar un comentario